Escuela de Comunicación Comunitaria: Guardianes del Humedal

Caravana Ambiental: Descubre el Humedal de Techo

El 29 de octubre de 2024, en el marco de la COP16, realizamos la Caravana Ambiental: Descubre el Humedal de Techo, una iniciativa con la que buscamos visibilizar nuestro ecosistema urbano y sensibilizar a la comunidad sobre su importancia ecológica.
 
La actividad recorrió los barrios aledaños al humedal con carros y triciclos decorados con fotografías y una batucada que atrajo a los residentes, quienes recibieron códigos QR con información clave sobre biodiversidad, regulación hídrica y preservación ambiental.
 
Esta juntanza a favor del humedal, logró no solo aumentar el reconocimiento del humedal entre los vecinos, sino también fomentar su compromiso con su conservación. Esta caravana reafirma nuestro compromiso de acercar la educación ambiental a la comunidad mediante acciones participativas y creativas.
La conservación del humedal es esencial para la sostenibilidad de nuestro entorno. Sigamos sumando esfuerzos para protegerlo.

La Uniagustiniana inauguró la Escuela de Comunicación Comunitaria

El pasado 22 de abril de 2024, en el Salón Candelaria del Edificio Ayape de la Uniagustiniana, se llevó a cabo el conversatorio «Comunicación ambiental: saberes ancestrales, comunitarios y cuidado de los humedales», un evento que marcó el lanzamiento oficial de la Escuela de Comunicación Comunitaria: Guardianes del Humedal.

El encuentro, organizado por la Vicerrectoría de Extensión en colaboración con el área de Proyección Social y el programa de Comunicación Social, reunió a líderes ambientales, comunitarios y académicos. Entre los participantes destacados se encontraba la Mayora Antonia Ágreda, reconocida lingüista y primera mujer indígena en obtener un doctorado en Colombia. Su intervención resaltó la importancia del diálogo intercultural y la preservación de los saberes ancestrales en el cuidado de los humedales.

La jornada también contó con la exposición fotográfica «Viajando por los Humedales», presentada por la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá (EAAB ESP) y Aguas de Bogotá S.A., que permitió a los asistentes explorar la riqueza visual de estos ecosistemas.

Como cierre, la Fundación Artística y Cultural Hyntiba ofreció la presentación de danza «Warmi Kushi – Sinchi Warmi», un emotivo homenaje a la fortaleza y alegría de las mujeres indígenas inspirado en el Sanjuanito ecuatoriano.

Este evento, celebrado en el marco del Día de la Tierra, no solo dio inicio a un proceso formativo transformador, sino que reafirmó el compromiso de la Uniagustiniana con la educación ambiental y la preservación de los humedales como patrimonio natural y cultural.

La mirada de la tingua azul

Autor: Anónimo, periodista cultural y comunitaria. 2024.

Era temprano, y la neblina que cubría el Humedal de Techo comenzaba a disolverse lentamente mientras los primeros rayos de sol se colaban entre los árboles. Una suave brisa hacía que el agua, aparentemente tranquila, se moviera en pequeños círculos. En medio de ese cuadro silencioso, una figura azulada emergió desde el fondo del agua. Sus alas, como el cielo despejado de una tarde sin nubes, reflejaban la luz mientras se posaba con suavidad sobre la superficie. Era la tingua azul, un ave de plumaje brillante que desde hacía años había llamado hogar a este rincón olvidado de Bogotá. Desde el primer día que voló sobre esas aguas, había conocido cada rincón del humedal: sus caños, sus juncos, las zonas más profundas y las más expuestas al sol. Pero hoy algo era distinto. Hoy, sus ojos brillaban con una preocupación que se reflejaba en el brillo apagado de sus plumas.

La tingua observaba en silencio el panorama. Sabía que algo no estaba bien, que el espacio que una vez fue su refugio estaba cambiando de manera irreversible. La realidad del humedal era cada vez más difícil de ignorar. Las aguas ya no eran tan limpias, los pastos que alguna vez se extendieron en verdes alfombras se habían ido reduciendo, y las aves migratorias, que en otras temporadas llegaban en grandes bandadas, ahora llegaban a cuentagotas. El ecosistema estaba perdiendo su vitalidad, y la culpa no recaía solo en la naturaleza; las huellas humanas estaban cada vez más presentes.

El olvido de un paraíso

La tingua azul conocía el susurro del viento que se llevaba consigo las voces lejanas de los humanos, las voces de aquellos que, sin saberlo, estaban despojando poco a poco al humedal de su esencia. Los ruidos de la ciudad llegaban hasta allí, penetrando las aguas y desfigurando la tranquilidad del lugar. Las construcciones, con su ladrillo y concreto, avanzaban como una marea imparable, rodeando al humedal con su indiferencia. No entendían, pensaba la tingua, que ese pequeño rincón era un ecosistema vital, no solo para ella y sus compañeros de vuelo, sino para toda la ciudad. A través de su mirada, el humedal parecía hablar. La naturaleza ya no podía defenderse por sí misma, y sus grietas se hacían cada vez más profundas.

Casi como un reflejo del desdén humano, las aguas ya no eran cristalinas, como lo eran en su juventud. La tingua recordaba los días cuando podía ver su reflejo en el agua, cuando las plantas acuáticas ofrecían refugio a los insectos y peces que, a su vez, alimentaban a las aves migratorias. Ahora, sin embargo, la turbidez de las aguas ocultaba los secretos que se guardaban bajo su superficie. El agua se volvía gris, y aunque la tingua ya había visto muchos cambios en los años, nunca antes había sentido esa sensación de desamparo.

Las orillas, antes vestidas con una exuberante vegetación, se estaban desmoronando, como si la tierra misma intentara escapar. La erosión era cada vez más evidente, y los árboles que una vez se erguían con fuerza, ahora parecían estar doblándose bajo el peso de la indiferencia humana. La tingua voló más bajo, buscando un rincón aún intacto. Los juncos y los árboles caídos formaban un paisaje triste, vacío, como si la vida que un día había sido vigorosa se estuviera apagando lentamente.

El ruido humano

En la distancia, el murmullo de la ciudad llegaba de manera penetrante, un ruido constante, como un recordatorio de que el tiempo para el humedal se agotaba. Cada vez que la tingua volaba por encima de las orillas, sentía esa presencia. No la presencia de otros seres como ella, sino la de los humanos, con su incesante avance sobre la tierra. A menudo, veía a las personas caminando cerca de las aguas, sin siquiera mirar, sin entender lo que estaba sucediendo bajo sus pies. Algunos, pensaba la tingua, ni siquiera sabían lo que el humedal representaba para la ciudad. Para ellos, era solo un terreno olvidado, un espacio en la periferia de Bogotá, que servía para tirar basura o para correr a través de las aguas con los pies descalzos sin entender que cada paso era un pequeño clavo en el ataúd del humedal.

Pero había algo que la tingua no podía ignorar: aunque la presencia humana había marcado tanto dolor, había algo más que empezaba a brillar en el horizonte. Había movimientos, pequeños pero poderosos. Algunos humanos, muy pocos, comenzaban a comprender lo que estaba en juego. En el aire, la tingua podía escuchar las voces de quienes se levantaban por el humedal, aquellos que comenzaron a organizarse, a limpiar las orillas, a exigir el reconocimiento de este ecosistema tan vital. Con esfuerzo, nacían pequeñas iniciativas que hablaban de esperanza.

Las voces de la resistencia

De repente, algo diferente llegó a sus oídos. Un grupo de jóvenes se había acercado al humedal. La tingua se posó cerca para observarlos. No eran los mismos de siempre. Estos parecían ser diferentes. Habían llegado con la misión de salvar lo que aún quedaba. Con sus manos y sus voces, empezaban a limpiar lo que otros habían dejado. Aunque los restos de basura seguían allí, estos jóvenes se tomaban el tiempo de recoger, de organizar, de plantar las semillas de lo que podría ser un futuro mejor. Había algo en ellos que la tingua aún no comprendía por completo, pero algo le decía que estaban luchando por algo más grande.

Al ver esa nueva esperanza, la tingua dejó escapar un suspiro de alivio, aunque el futuro seguía incierto. Pero había algo en la forma en que esos jóvenes se unían, algo en la manera en que comenzaban a reconocer lo valioso del humedal. Quizás, pensó la tingua, ya no todo estaba perdido. Porque los seres humanos, aunque a veces parecieran olvidar, también eran capaces de recordar y de redirigir sus acciones.

El vuelo de la esperanza

Antes de volar de vuelta a su rincón en el humedal, la tingua se detuvo un momento en las aguas turbias. Miró una vez más el paisaje de su hogar, aún herido, pero con una chispa de luz que comenzaba a brillar en el horizonte. Un leve viento comenzó a soplar, y con él llegó el susurro de las voces de aquellos que se comprometían a salvar lo que quedaba. La tingua azul levantó el vuelo nuevamente, esta vez no solo para buscar su refugio, sino para llevar consigo la esperanza de que, tal vez, los cambios pequeños pero firmes ya habían comenzado.

Voló hacia lo alto, con la vista fija en el horizonte. El humedal, aunque dañado, aún era suyo, y la tingua sabía que, mientras hubiera vida, siempre existiría una oportunidad para la transformación. Y con ese pensamiento, emprendió su vuelo, sabiendo que la lucha por el humedal no había terminado. Quizá no hoy, pero algún día, lo lograrían.